El centro de Stuttgart es el lugar perfecto para observar las paradojas de una ciudad que ejerce, al mismo tiempo, como capital de la industria del automóvil y emblema del éxito de los ecologistas. Los Porsche, Mercedes y BMW comparten espacio en las calles con los cada vez más habituales coches eléctricos. Y en Charlottenstrasse, a pocos metros de la estación central, las carreteras con cuatro carriles en cada dirección conviven con los espacios verdes que se divisan en la ladera. Estamos en la capital de Baden-Württemberg, uno de los Estados más ricos y conservadores de toda Alemania, en el que desde hace dos años gobiernan Los Verdes. Lejos de convertirse en el virus para los negocios que muchos temían, los ecologistas se las han apañado para hacer una política centrada. Demasiado, según critican muchos activistas históricos.
Este Estado del suroeste no es el único que ha logrado hermanar las dos tonalidades de verde: el de la ideología y el de los billetes. Toda Alemania está haciendo un buen negocio con la ecología. Según un informe hecho público por el Gobierno federal el pasado mes de julio, las empresas ligadas al medioambiente aportan ya un 11% del PIB nacional y dan empleo a unos dos millones de trabajadores. El país acapara además un 15% del comercio mundial en este sector; y el Ministerio de Medio Ambiente espera que en la próxima década se duplique el volumen de exportaciones verdes.
“Si nos comparamos con Francia, que está a 30 kilómetros de mi oficina, nuestra industria está 10 años por delante”, resume Andreas Kempff, consejero delegado de la Cámara de Industria de Friburgo.
Los alemanes se enorgullecen de vivir en uno de los países más ecológicos de Europa, si no del mundo. Pero es más fácil colocarse la etiqueta verde que entrar en los detalles, siempre peliagudos. El cambio en la política energética emprendido por la canciller Angela Merkel —apagón nuclear y apuesta por las fuentes de energía limpias— ha despertado críticas por disparar el precio de la electricidad. Y la propuesta del partido verde de restringir la venta de carne en todos los bares y restaurantes del país un día a la semana o la de impedir que se venda tabaco en espacios públicos para proteger a los menores ha servido para que muchos vuelvan a ver a este partido como el campeón de las prohibiciones y de la intromisión en la vida de los ciudadanos. La transición a una economía más ecológica es en algunos casos dolorosa. “A ciertas empresas tradicionales les puede causar problemas. Esos sectores deben ser compensados”, señala Ulrich Petschow, economista jefe del Instituto para la Investigación de la Economía Ecológica, con sede en Berlín.

El éxito de Los Verdes en un Estado en el que los democristianos habían gobernado 58 años seguidos no se explicaría sin el impacto que causó en la sociedad alemana la catástrofe de Fukushima ni las críticas que despertó Stuttgart 21, el megaproyecto para una nueva estación de tren en el centro de la ciudad. Pero también es importante fijarse en lo que algunos llaman “centrismo” y otros directamente “conservadurismo” de los líderes ecologistas regionales.
Alemania, líder europeo en eólica y energía solar fotovoltaica.
La reconversión energética, con un 50% del consumo eléctrico en 2030 a base de energías renovables y un 80% a mediados de siglo, es la clave de la estrategia nacional de Alemania para lograr su próxima ventaja competitiva.

“Durante muchos años los grandes consorcios energéticos se opusieron jurídica y políticamente a las renovables”, dice Rainer Baake, ex secretario de Estado de energía y director de “Agora Energiewende”, entidad fundada para apoyar la reconversión energética. “Las pequeñas empresas han arrebatado entre el 1% y el 2% de la cuota de mercado a los grandes consorcios, por eso algunos de ellos tienen ahora dificultades y van a tener que reformarse en dirección a las renovables”. Algunos ya lo han hecho: MBB, que tenía una gran apuesta nuclear, ahora arruinada por el previsto cierre de la última central en 2022, está invirtiendo mucho. Otros, como E.ON han optado por enfocarse al mercado internacional, pero siempre con resistencia, como demuestra la fuerte presión lobysta y mediática que se está ejerciendo contra la ley de renovables que en lo fundamental es sólida como un tanque, porque viene arropada por un verdadero consenso político nacional: ningún partido se atreve a cuestionarla. El problema lo ha creado el éxito. La gran oferta renovable ha bajado los precios bursátiles de la electricidad. Los consorcios han respondido a esa pérdida de beneficios subiendo tarifas: una subida del 30% para el consumidor en los últimos cinco años. Muchos medios de comunicación, con conexión directa con los consorcios, echan la culpa a las renovables.

El segundo problema son las grandes fluctuaciones de capacidad de la eólica y solar.Eso obliga a flexibilizar el resto del sistema energético nacional para integrar las curvas de fluctuaciones que dicta la naturaleza, el sol y el viento. Esa oscilación aumentará conforme crezca la generación renovable. En 30 años se ha pasado con éxito de un 5% de generación renovable al actual 25%. Para alcanzar el 80% previsto para 2050, hay que tener un sistema integrado a las oscilaciones, lo que plantea problemas de red, de almacenamiento, de coordinación con otros países europeos, etc. De momento, y esa es la gran paradoja, el asunto se soluciona a base de vetustas centrales de carbón.
De todo eso se va a hablar mucho en Alemania a partir de ahora. Pero el objetivo nacional contemplado en la ley de energías renovables es claro.
Fuente: elpais.com/evwind.com